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El tesoro y los entierros de Don Nicho: Mitos y Leyendas de Meoqui

Don Nicho vivía de la caridad de sus semejantes. Su edad era incierta y difícil de calcular por la larga y abundante barba canosa que cubría su rostro

Don Nicho vivía de la caridad de sus semejantes. Su edad era incierta y difícil de calcular por la larga y abundante barba canosa que cubría su rostro

(Noticias de Meoqui, Chihuahua).- Cuenta esta historia o leyenda que ya hace mucho tiempo, cerca  de la  ahora esquina de la calle Galeana  y Zaragoza,  vivió una persona ya bastante adulta en compañía de su esposa y una hija.  No precisamente en la esquina, sino en el terreno contiguo, en unos  viejos cuartos con pisos de tierra  y de gruesas paredes de adobe erosionados por la historia y la gran cantidad de lluvias que habían soportado,  con lo que parecía un enjarre de barro que se caía de lo viejo y mal hecho, dejando ver los orificios  de las uniones de dichos adobes.

Las puertas que resguardaban esta humilde vivienda  de tres cuartos en línea, eran viejas y desvencijadas como la dentadura de Don Nicho, su morador.

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Don Nicho vivía de la caridad de sus semejantes. Su edad era incierta y difícil de calcular por la larga y abundante barba canosa que cubría su rostro, su ropa sucia y andrajosa, además por la falta de un buen baño que hacía mucho tiempo le era necesario.

Todos los días, desde temprano, salía a recorrer las calles del pueblo con un morral  de ixtle al hombro y un bote chilero, para solicitar comida o dinero para sustento de él y su familia. Esta era su rutina de todos los días de la semana. Hasta eso, siempre regresaba a su casa a la hora de comida.

Le gustaba sentarse a descansar en  unos adobes que estaban afuera,  a un lado de la puerta  de su vivienda y comer  de lo que le habían dado, dando el resto a su mujer y su hija, que le hacían compañía sentadas en el suelo, ya que no tenían muebles ni sillas.

Terminando de comer dormía plácidamente una serena y tranquila siesta al aire libre en el mismo lugar donde había comido, bajo la sombra que proyectaba la pared de su humilde vivienda.

Al despertar, se ponía a contar las monedas  que había recibido durante el día y las colocaba dentro de un bote que luego enterraba al pie de su casa, mientras  que los billetes, si los había, los metía en los orificios de las paredes de su habitación.

Esto lo venía haciendo hacía ya muchos años como una costumbre fuertemente arraigada. Al principio como un ahorro previsor para su vejez y después siguió con la costumbre, sin acordarse ya porqué lo hacía.

Con el paso de los años, alguien o los nuevos dueños  fueron los afortunados en encontrar algunos de los entierros de Don Nicho, según se dijo, consistente en botes llenos de monedas y algunos con centenarios, así como las paredes llenas de  billetes  tapando sus orificios.

Tal vez no fueron encontrados todos, pero ahora que ya están totalmente fincados esos terrenos quizás nadie los encuentre. ¿Será por eso que en esas casas se escuchan ruidos extraños durante la noche? ¿Usted qué cree?.


*Créditos: Del libro “MEOQUI: Mitos y leyendas. Breves y nostálgicos relatos y otras cosas….”

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